El problema de Barra (que es una especie de Miami brasilera) es que tiene una gran laguna que separa la zona de shoppings de la zona de los balnearios que tiene sólo dos puentes para cruzarla, uno en una punta y otro en otra; y si vas en colectivo y no conocés bien los itinerarios te puede pasar lo que nos pasó a nosotros, bajarte en un shopping en el medio de los dos puentes. Caminamos como beduinos, como beduinos sin camello.
Estuvimos todo el día en la playa, alquilamos otra vez un par de reposeras y almorzamos ahí mismo.
Probamos el Açai, que es un batido helado de una fruta de ese nombre con banana y guaraná que es alucinante, adquiriendo de esta forma un nuevo vicio imposible de satisfacer fuera de las fronteras de Brasil...
Y seguimos caminando, mucho, hasta la punta de Barra, porque yo quería ver donde habíamos estado con mis viejos 36 años atrás... Obviamente, 36 años son muchos años y las cosas cambian, cambian mucho, o sea, no reconocí un carajo, pero que caminamos, caminamos.
Tomamos el colectivo a Copacabana, ducharse, cenar en la lanchería frente al hotel y a dormir que ya el sábado nos volvíamos.
Y como el sábado no hicimos más que algunas horas de playa en Copacabana y recorrer el shopping, almorzar ahí y pegar la vuelta a Iguazu no voy a hcer un post separado, van las dos últimas fotos...
Un grupo de amigas, en segundo plano de la foto, que nunca supimos si eran nenas, nenes o extraterrestres mezcla de mulatas y pato...
Y mis pies diciéndole adiós a las arenas de Brasil.
El sábado a la tarde llegamos en avión a Foz de Iguazú, en taxi al hotel de Iguazú lado argentino (previo paso por el free shop) Cena en un restaurant chiquito del centro, dormir y el domingo tomar el avión a Buenos Aires a reencontrarnos con Maca y Fran, que ya eran muchos días de extrañarlos.
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